Los pasos acelerados de quienes van tarde comienzan a romper la barrera que la protege. Primero suave, como si estuviera bajo el agua, flotando bajo el agua, con los ojos abiertos y el pelo alrededor, con los dedos arrugados aún sin necesitarlos porque la nada es solo agua, sin baldosines ni tubos ni escaleras ni cloro, pero así se siente, como cuando se entra fuerte en una piscina real, en donde no se alcanza el piso, en donde apenas penetra la luz porque es tan profunda. Y cae una gota en la superficie, lejos, pero genera una vibración. Leve, perceptible. Entonces se da cuenta de que no lo consiguió. De que lo hizo mal porque lo hizo sin pensar y, al contrario de lo que le piden, seguir pasos y racionalizar procesos es lo que funciona para tener resultados. Y esta vez el resultado fue erróneo, porque no hubo un proceso. Apenas logró garabatear dónde guardaba lo importante, por si alguien quería buscarlo. Luego se hundió en la somnolencia que debía ser lo único que quedara. Luego solo respiró profundo para mantener todo adentro, para que su cuerpo no se traicionara a sí mismo, para que se guardara todo eso que no quería y lo dejara actuar, destruir. Antes incluso de despertar, ya sabía que no lo había conseguido. Que se despertaría. Y entonces los pasos retumban en las paredes y el pecho acelera y, sin abrir los ojos, se cubre de frío y recibe más oxígeno del que requiere y puede sentir cómo palpita todo su cuerpo acelerado. Casi como si, por no querer la vida, todo lo que indica que aún es quiere enseñarle lo que se siente ser. Y nunca la luz de la mañana había tenido tanta nada, nunca había calentado menos, ni brillado menos. Y aún no abre los ojos. Pero se siente, húmeda y fría por el sudor de la noche. Tiembla. No consigue llorar. No consigue abrir los ojos.
Descalza, sin abrirlos, se arrastra.
Apenas hace ruido, lo deja salir todo.
Y el gusto amargo permanece.
—Se te hace tarde —le dice—. Llévate el carro.
Y lo hace.
Se baña. Se lava los dientes. Se lava los dientes. Se lava los dientes. Se maquilla. Tose y recuerda. No quiere abrir los ojos. Tiene que manejar. No quiere abrir los ojos. Se siente enferma. Mejor hoy no voy a la oficina, lo siente, no puede, se siente.
Pero sí fue. Sí condujo. Sí cumplió con el horario y luego regresó. Se lavó los dientes tantas veces, la encía sangró. Pero aún sabe amargo. Amargo por fallar, amargo por no ser lo que se es. Amargo porque la próxima vez. Amargo abrir los ojos cuando al cerrarlos se esperaba el sopor de la nada y el frío del agua. Amargo por la última vez.